Nota para el viajero


en este blog intento reunir dos de mis más salvajes obsesiones: el arte y la literatura; está dedicado a todos los creadores que de alguna manera siempre me acompañan y han pasado a formar parte de mi manera de entender el mundo...

no soy un "conocedor" académico... así que no me exijan ni tesis doctorales ni razonamientos consecuentes...


miércoles, 14 de marzo de 2012

José Manuel Caballero Bonald - Antología Poética

JOSÉ MANUEL CABALLERO BONALD
1926




BREVE PRESENTACIÓN INNECESARIA

José Manuel Caballero Bonald nace en Jerez de la Frontera

De padre cubano y madre de ascendencia aristocrática francesa, estudió Filosofía y Letras en Sevilla y naútica y astronomía en Cádiz. En estos mismos años comenzó a colaborar con la revista Cántico. 

La cuidadosa utilización del lenguaje, un léxico muy cuidado y el barroquismo caracterizan su obra. 



MIEDO 

Mil veces he intentado 
decirte que te quiero, 
mas la ardorosa confesión, mi vida, 
se ha vuelto de los labios a mi pecho. 
¿Por qué, niña? Lo ignoro, 
¿Por qué? Yo no lo entiendo, 
Son blandas tu sonrisa y tu mirada, 
dulce es tu voz, y al escucharla tiemblo. 
Ni al verte estoy tranquilo, 
ni al hablarte sereno, 
busco frases de amor y nos la hallo. 
No sé si he de ofenderte y tengo miedo. 
Callando, pues, me vivo 
y amándote en silencio, 
sin que jamás en tus dormidos ojos 
sorprenda de pasión algún destello. 
Dime si me comprendes, 
si amarte no merezco. 
Di si una imagen en el alma llevas... 
Mas no... no me lo digas...¡tengo miedo! 
Pero si el labio calla, 
con frases de los cielos 
deja, mi vida, que tus ojos digan 
a mis húmedos ojos... ya os entiendo. 
Deja escapar el alma 
los rítmicos acentos 
de esa vaga armonía, cuyas notas 
tiene tan sólo el corazón por eco. 
Deja al que va cruzando 
por áspero sendero, 
que si no halla la luz en la ventana, 
tenga la luz de la esperanza al menos. 
Callemos en buena hora 
pues que al hablarte tiemblo, 
mas deja que las almas, uno a uno, 
se cuenten con los ojos sus secretos... 
Dejemos que se digan 
en ráfagas de fuego 
confidencias que escuche el infinito 
frases mudas de encanto y de misterio. 
Dejemos, si lo quieren, 
que estallen en un beso, 
beso puro que engendren las miradas 
y suba sin rumor hasta los cielos. 
Dime así que me entiendes, 
que sientes lo que siento, 
que es el porvenir de luz y flores 
y que tan bello porvenir es nuestro. 
Di que verme a tus plantas 
es de tu vida el sueño, 
dime así cuanto quieras.... cuanto quieras. 
De que me hables así... no tengo miedo. 



ANTERIOR A TU CUERPO ES ESTA HISTORIA... 

Anterior a tu cuerpo es esta historia 
que hemos vivido juntos 
en la noche inconsciente. 

Tercas simulaciones desocupan 
el espacio en que a tientas nos 
buscamos, 
dejan en las proximidades 
de la luz un barrunto 
de sombras de preguntas nunca 
hechas. 

En vano recorremos 
la distancia que queda entre las últimas 
sospechas de estar solos, 
ya convictos acaso de esa interina 
realidad que avala siempre 
el trámite del sueño. 



CARNAL FUEGO AMOROSO 

Amor, primera forma de vivir, escucha: 
¿eres tú la tristeza que enciende mi destino, 
o acaso sólo existes desde un ser que sonríe 
mientras tiemblan sus ojos esperando en los míos remansarse? 

Yo no sé si te tuve, ¡oh amor! , dulce manera de luchar, 
no sé siquiera si alguna vez 
tus vigentes, iniciadas, estremecidas manos 
tejieron en mi piel su táctil alegría. 

Un día -lo recuerdo lo mismo 
que si ahora en mi pecho me llegara el instante-, 
creyó mi corazón que tú lo restañabas, 
que tú te debatías dentro ya de mi cuerpo, 
doblándome la carne, derrotándola en dichas, 
contra la humana tierra de un país hermosísimo. 
Pero escúchame, amor, carnal fuego armonioso, 
escúchame no quieto, no tendido a mis plantas, 
sino allí donde reinas, donde en vuelo dominas, 
¿ eras tú quien entonces refulgía en mi boca 
desde otro ser que, amante, me centraba en el gozo? 

Oh, no, no, tú no puedes oírme, tú no puedes hablarme, 
porque aquello que el hombre más quisiera saber 
responde siempre mudo dentro de su belleza. 
Pero yo sí respiro los aires que tú sorbes; 
sé que eres un pájaro que entre nubes desciende 
hasta el lumbror premioso de los trinos, 
o tal vez esta rosa familiar, llameante, 
que derrama en sus pétalos tanta gloria de savias. 
Estás allí, lo sé, bajo la tarde núbil, 
bajo la noche y la mañana que por ti, brilladoras, renacen, 
en los vientos que marchan y regresan un día 
trayendo el mismo aroma virginal de las cumbres. 
Y aquí, sobre esta humana vocación de ser piedra, 
también es tu presencia la que late, 
también es tu ternura, tu flagrante dominio, 
el que enflora de vida los pechos que te ignoran. 
Tú eres la luz de un paraíso donde el dolor se acuña 
al gozo de unos cuerpos que, ávidos, se estrechan, 
que, temblando, se aman bajo copiosos árboles 
en cuya fronda un trino se extasía, 
s0bre la hierba ,dulce abatida por un peso de dioses. 

Oh amor, carnal fuego armonioso, escucha: 
escúchame la voz que por ti besa, 
remózame las manos que acarician teniéndote ceñido, 
abrígate en mi pecho donde tú palpitando me sostienes, 
dame siempre tu forma, amor, tu celeste materia iluminada, 
esa embriaguez con la que un cuerpo dentro de otro agoniza 
por hundir en lo eterno la identidad humana. 



DOMINGO 

La veis un día domingo. 
Lleva un cuerpo cansado, lleva un traje cansado 
(no la podéis mirar), 
un traje donde cuelgan trabajos, tristes hilos, 
pespuntes de dolor, esperanzas sangrantes 
hechas verdad a fuerza de ir remendando sueños, 
de ir gastando mañanas, hombres de cada día, 
en las estribaciones de un pan dominical. 

La veis venir acaso de un azar con ternuras, 
de una piedad con fábulas; la veis 
venir y no sabéis que está llamándose 
lo mismo que la vida, 
lo mismo que su traje hecho disfraz de olvido, 
hecho carne de engaño y servicial, 
cortado a la medida de mensuales lágrimas, 
de quebrantos tejidos con la última 
hebra de la intemperie, con las briznas 
de ese telar de amor donde aprendemos 
la hermandad necesaria que es un cuerpo sin nadie. 

Sucede que es un día más bien canción que número, 
más bien como una lluvia de inclemente mirada, 
de humilde mano abierta 
que volverá a vestir de desnudez la vida. 
Y entonces ya es mentira crecer sobre raíces, 
ya es mentira ese tiempo blandamente nocivo 
que se nos va quedando alquilado en la piel, 
que se nos gasta hasta dejarnos 
un mísero rastro de caricia vacía, 
llegar a confundirnos en un domingo anónimo, 
en un amor sin cuerpo, hilvanando de lástima. 

Y entonces, ese día, el domingo, 
viene llegando, corre, se nos acerca 
(todos la conocemos), 
nos mira igual que un charco 
de amor recién secado, nos contagia 
de todo cuanto es puro en su día siguiente, 
porque está consolándose con un jornal caduco, 
está desviviéndose 
en una pobre sucesión de acopios para amar, 
de ir contando los años por tránsitos de trajes, 
por memorias zurcidas, por sueños arrancados 
del retal de un domingo cegador e ilusorio. 



EL HILO DE ARIADNA 

Posiblemente es tarde, pero ¿cómo 
poder asegurarlo 
mientras Hortensia canta y no se oye 
más que su grito de musgosa 
lascivia y alguien 
habla con alguien de la conveniencia 
de acostarse borracho? 

De repente 
se desató la cinta, vuelto 
hacia el espanto de la lámpara, 
el acezante cuerpo, 
y en lo tenso del vientre vi 
la cicatriz, no producida 
sino por el rencor contra ella misma 
con algún instrumento 
preferentemente cortante. 

Vaho 
de alcohol y de tabaco te esmalta 
el rostro bruno, Hortensia, dime, 
¿hacemos algo aquí que nos impida 
quedarnos juntos 
hasta que ya no sea tarde? 

En vano hubiese preferido 
no mirar. Movible cuerpo y sin embargo 
exangüe, desplazaba 
sus ya finales contorsiones 
en medio de la pista. En vano 
hubiese sido huir y no 
por reencontrarnos. Pechos 
como luciérnagas, tenues, punzantes 
por las crestas no lácteas, ¿quién 
iba a atreverse a interrumpir 
su equidistante brevedad, desnudos 
como estarían luego en el amanecer 
del trópico? 

Hortensia, amor mío, nadie 
te va a arrastrar si tú no quieres 
desesperadamente que lo haga. 

Playa de Naxos, la mayor 
de las Cícladas, ya a lo lejos 
reverberando entre los barracones 
del batey y el bullicioso verde 
del manglar, confundida ahora 
con otros libres turnos litorales 
donde ni tú ni yo nos conocíamos. 
Abandonada por Teseo, ¿ibas 
a despeñarte tú, rebelde por instinto 
como tu padre negro apaleado 
en Key West (Florida)? 

Si pudiera 
reconstruir un solo 
rincón de aquella playa 
sin salida posible, si pudiera 
volver al sitio aquel, reconocer 
la cerrazón de la cabaña, andar 
a tientas hasta el último 
recodo del silencio, ¿oiría 
algo distinto a la fricción 
de unas piernas con otras, al barrunto 
de alguien aproximándose 
en lo oscuro? ¿Vería 
aún desde allí, ya en el terrado 
de Sanlúcar, asiéndome 
al parteluz de la ventana, el bulto 
azul de los faluchos y, más cerca, 
la agitación de las fogatas 
que encendían los sigilosos 
areneros? 

Imágenes sin ojos 
pasan con más tenacidad que el giro 
extenuante del recuerdo. Hortensia, 
hija de Minos, no 
es tarde todavía, ven, veloces 
son las noches que hemos vivido ya: 
aún estamos a tiempo 
de no querer salir del laberinto. 



CUARTO CRECIENTE 

Cuando Aljarifa recorrió la alfombrada penumbra de aquel burdel de Chauen, todo el lujoso azogue de su cuerpo adquirió un grado de desnudez deslumbradoramente irracional. Carne inconclusa donde anidaban todavía las liendres del peregrinaje, se hizo de pronto insurgente y plenaria como la de una virgen en la inminencia del degüello. Cerca de allí se abrían las tiendas de los nómadas y una enfermiza música se iba dignificando entre las hojalatas y los vellocinos. 

La habitación olía a almoraduj y a papeles de Armenia, mientras un vaho de animales nacidos en cautividad salía del mullido sopor de las almohadas. Y así hasta que el tiempo se detuvo en un friso taraceado de estrellas de albayalde, entre cuyos emblemas discurría una luz acrobática parecida al letargo. Pero ella, la regidora del cuarto creciente, era una flor lasciva instalada en la noche. 

Era la araña que copula sin dejar de bailar entre una algarabía de ajorcas y sonajas. 

El esmaltado vientre vibraba en el diván como un espasmo de pandero y un mundo de sacrales lujurias sincopaba de pronto la rítmica hegemonía de los pezones. 

Canon de la hermosura, su único error había consistido en rasurarse el pubis cuando medio entendió que descendía por línea colateral de los Abencerrajes. 



LA VUELTA 

Por el camino se me van cayendo 
frutas podridas de la mano 
y voy dejando manchas de tristeza en el polvo 
donde quiera que piso; 
un pájaro amanece ante mis ojos 
y en seguida anochece entre sus alas; 
la asamblea de hormigas se disuelve 
cuando en mí la tormenta se aproxima; 
el sol calienta al mar en unas lágrimas 
que en el camino enciende mi presencia; 
la desnudez del campo va vistiéndose 
según van mis miradas acosándole 
y el viento hace estallar 
una guerra civil entre las hierbas. 

Noticia triste de mi cuerpo dictan 
las verdes amapolas en capullo, 
la codorniz se espanta 
y asusta al macho con historias mías. 
Vengo desnudo de la hermosa clámide 
que solía vestirme cuando entonces: 
clámide con las voces de los pájaros, 
el graznido del cuervo, la carrera veloz de la raposa 
–a la que llaman zorra mis parientes–, 
del arroyo que un día se llevaba mis pasos 
y de olores de jara y de romero 
hace tanto tejida. 

Días de mi ascensión, cuando el lagarto 
solía conocer mis intenciones, 
cuando solía la retama 
pedirme venia para echar raíces, 
cuando algún cazador me confundió 
con una piedra viva entre las piedras. 
Pero yo te conozco, campo mío, 
yo recuerdo haber puesto entre tus brazos 
aquel cuerpo caliente que tenía, 
haber dejado sangre entre los surcos 
que abrían los caballos de mi padre. 
Yo te conozco y noto que tus senos 
empiezan a ascender hacia mis labios. 



SUPLANTACIONES 

Unas palabras son inútiles y otras 
acabarán por serlo mientras 
elijo para amarte más metódicamente 
aquellas zonas de tu cuerpo aisladas 
por algún obstinado depósito 
de abulia, los recodos 
quizá donde mejor se expande 
ese rastro de tedio 
que circula de pronto por tu vientre, 

y allí pongo mi boca y hasta 
la intempestiva cama acuden 
las sombras venideras, se interponen 
entre nosotros, dejan 
un barrunto de fiebre y como un vaho 
de exudación de sueño 
y otras cavernas vespertinas, 

y ya en lo ambiguo de la noche escucho 
la predicción de la memoria: 
dentro de ti me aferro 
igual que recordándote, subsisto 
como la espuma al borde de la espuma 
mientras se activa entre los cuerpos 
la carcoma voraz de estar a solas. 



UN CUERPO ESTÁ ESPERANDO 

Detrás de la cortina un cuerpo espera. 
Nada es verdad si no es su encarnizada 
inminencia, esa insaciable culpa 
que a mí mismo me absuelvo aborreciéndome. 
Nada es verdad. Un cuerpo está esperando 
tras el mudo estertor de la cortina. 

En la oquedad propicia del instante 
que mientras más deseo más maldigo, 
quiero amar este cuerpo, que él no muera 
hasta que su orfandad esté cumplida. 

Paredes resignadas, tinto el suelo 
de mercenaria obstinación, allí 
nos conducimos mutuamente 
al voraz simulacro de la vida. 
(La amarra del amor nos hace libres.) 
Sólo yo estoy suspenso del engaño: 
movible fuego oscuro, 
mi memoria consume sus fronteras 
entre las turbias órdenes del tiempo. 
De todo cuanto amé, nada logró 
sobrevivir a las abdicaciones. 
(La noche se agazapa entre las telas 
que un falaz movimiento hace carnales.) 

Una mentira sólo está esperando 
detrás de la cortina. Soy 
mi enemigo: consisto en mi deseo, 
busco a ciegas la luz, me reconozco 
después de extraviarme, despedazo 
ese espejo de muerte en que el placer 
se asoma, expío 
con mi turno de amor mi propia vida. 
De un hilo funeral pendiente el cuerpo, 
ya no es posible reducir su lastre. 



SOLÍCITO EL SILENCIO SE DESLIZA POR LA MESA NOCTURNA... 

Solícito el silencio se desliza por la mesa nocturna, rebasa el irrisorio contenido del vaso. 

No beberé ya más hasta tan tarde: otra vez soy el tiempo que me queda. 

Detrás de la penumbra yace un cuerpo desnudo y hay un chorro de música hedionda dilatando las burbujas del vidrio. 

Tan distante como mi juventud, pernocta entre los muebles el amorfo, el tenaz y oxidado material del deseo. 

Qué aviso más penúltimo amagando en las puertas, los grifos, las cortinas. 

Qué terror de repente de los timbres. 

La botella vacía se parece a mi alma. 



NO TENGO NADA QUE PERDER 

Aquel nocturno yerbazal, al borde 
del declive de acebos, ciegamente 
buscado entre el vislumbre 
del amor, bajo el troquel efímero 
de la naciente luna ciñe 
con sus trémulos odres toda 
la historia de mi vida, el privilegio 
de mi junta y profética memoria, 
y allí estará mi vocación gestándose, 
cómplice cuerpo transitorio 
fronterizo del mío para nunca. 

La tierra genital, los estandartes 
fugitivos del sueño, la prohibida 
palabra, permanecen 
junto al amor que escribo, tachan 
con su verdad los nombres 
de mi boca. 

Compartida codicia, 
¿qué haré con este cuerpo 
sin el tuyo? 

Subí desde la sombra 
hasta la luz, puse mi mano 
en el aire vacío. Aquí 
me entrego, dije, 
no tengo nada que perder. 
Cuántos 
turbadores resquicios fraudulentos 
se desvelaron para mí, mientras anduve 
tropezando. 

En la pared aquella, 
cerca de la hondonada parpadeante, 
bajo el metal marítimo fundido 
entre los dos, fui desnudado 
del lastre primerizo de mi alma 
y levanté los ojos hacia el cuerpo 
aterido. Aquí me entrego, dije, 
preso estoy .en mi propia libertad. 



MIMETISMO DE LA EXPERIENCIA 

Cuando leía porfiadamente y no 
sin desazón a Henry Miller, iba 
acordándome a trechos 
de muchas horas canceladas, rostros 
desdibujados en algún rincón, lugares 
de inquietante vivir. Era penosa 
la experiencia y más 
que nada turbadora 
por simple: asistía 
como mi propio espectador 
al paso de emociones, cuerpos, actos 
sexuales que yo mismo veía ejecutados 
por otro en mi memoria y que se restauraban 
con un nuevo contexto 
en el presente. 

La práctica 
de ciertos mimetismos del recuerdo 
puede llegar a subvertir el orden 
de esa usura de amor que el tiempo 
salda. Y Henry Miller, transgresor 
de leyes, irritante 
por próximo, furiosamente 
obseso de su intimidad, 
no suponía para mí 
más que un tenaz motivo de recuento 
de situaciones olvidadas: cuartos 
de hotel, burdeles, laberintos 
de citas donde un cuerpo 
siempre se hacía vagamente 
clandestino, imágenes 
ajadas como evanescentes 
fotografías, hábitos 
de una noche. Pero un hostil 
y subrepticiamente enajenado 
reencuentro conmigo, sostenía 
el agobiante afán de cotejar 
datos que sólo en parte me importaban. 

Equívoca constancia de unos hechos 
reconstruidos con retazos 
de otros: no en el amor 
sino en su deterioro se reagrupan 
los fragmentos vividos. 

Como ciertas 
alucinantes fábulas de Lawrence Durrel 
o de Sade (las que coinciden tal vez 
en descifrar los infortunios de Justine), 
la intervención de Miller agotaba 
en mi memoria toda posibilidad 
de ir acotando la experiencia 
sin conjurar su lastre: nombres 
aletargados, episodios 
de efímero futuro, leves 
fraudes de amor 
que el aluvión del tiempo confundía 
con las suplantaciones del orgasmo. 

Espejo de violencia 
de tanto azar de juventud, híbrida 
educación, solitario o múltiple 
terraplén de erotismo, no podía 
atestiguarme sino con mi propia 
represión inicial, abierta luego 
a otras coherentes formas del amor. 



VERSÍCULO DE GÉNESIS 

Por las ventanas , por los ojos 
de cerraduras y raíces, 
por orificios y rendijas 
y por debajo de las puertas, 
entra la noche. 

Entra la noche como un trueno 
por los rompientes de la vida, 
recorre salas de hospitales, 
habitaciones de prostíbulos, 
templos, alcobas, celdas, chozos, 
y en los rincones de la boca 
entra también la noche. 

Entra la noche como un bulto 
de mar vacío y de caverna, 
se va esparciendo por los bordes 
del alcohol y del insomnio, 
lame las manos del enfermo 
y el corazón de los cautivos, 
y en la blancura de las páginas 
entra también la noche. 

Entra la noche como un vértigo 
por la ciudad desprevenida, 
rasga las sábanas más tristes, 
repta detrás de los cobardes, 
ciega la cal y los cuchillos 
y en el fragor de las palabras 
entra también la noche. 

Entra la noche como un grito 
por el silencio de los muros, 
propaga espantos y vigilias, 
late en lo hondo de las piedras, 
abre los últimos boquetes 
entre los cuerpos que se aman, 
y en el papel emborronado 
entra también la noche. 



MÚSICA DE FONDO 

Llega el momento de decir la palabra 
y se la deja fluir, se la ayuda 
a resbalar entre los labios, 
anclada ya en sus límites de tiempo. 
La palabra se funda a ella misma, suena 
allá en el corazón del que la habla 
y trepa poco a poco hasta nacer 
y antes es nada y sólo una verdad 
la hace constancia de algo irrepetible. 

Súbitamente esa palabra aumenta 
el hallazgo caudal de la memoria, 
boga sobre los hombres que la escuchan, 
gira anhelante entre vislumbres 
y se alza más y más y se perfila, pule 
sus bordes balbucidos, se nivela entre sueños. 

Después inicia su holocausto. 
Función de amor o de vileza, 
la palabra se gasta en los oídos, 
puebla sus márgenes de brozas, 
se torna vana, amago de un aliento, 
oscuridad final y sin sentido. 
Está cayendo ya hecha pedazos. 
Rescoldos sumergidos, restos 
de rescates sin fondo, flota y flota 
sobre las intenciones proferidas, 
entre el silencio de las conjeturas. 

Es nada la palabra que se dijo 
(no importa que se escriba para 
querer salvarla), es nada y lo fue todo: 
la música del mundo y su apariencia. 



LA BOTELLA VACÍA SE PARECE A MI ALMA 

Solícito el silencio se desliza 
por la mesa nocturna, 
rebasa el irrisorio contenido del vaso. 
No beberé ya más hasta tan tarde. 
Otra vez soy el tiempo que me queda. 
Detrás de la penumbra 
yace un cuerpo desnudo 
y hay un chorro de música insidiosa 
disgregando las burbujas del vidrio. 
Tan distante como mi juventud , 
pernocta entre los muebles el amorfo, 
el tenaz y oxidado material del deseo. 
Qué aviso más penúltimo 
amagando en las puertas, 
los grifos, las cortinas. 
Qué terror de repente de los timbres. 
La botella vacía se parece a mi alma. 
Por las ventanas, por los ojos 
de cerraduras y raíces, 
por orificios y rendijas 
y por debajo de las puertas, 
entra la noche. 



ESPERA 

Y tú me dices 
que tienes los pechos vencidos de esperarme, 
que te duelen los ojos de tenerlos vacíos de mi cuerpo, 
que has perdido hasta el tacto de tus manos 
de palpar esta ausencia por el aire, 
que olvidas el tamaño caliente de mi boca. 

Y tú me lo dices que sabes 
que me hice sangre en las palabras de repetir tu nombre, 
de golpear mis labios con la sed de tenerte, 
de darle a mi memoria, registrándola a ciegas, 
una nueva manera de rescatarte en besos 
desde la ausencia en la que tú me gritas 
que me estás esperando. 

Y tú me lo dices que estás tan hecha 
a este deshabitado ocio de mi carne 
que apenas sí tu sombra se delata, 
que apenas sí eres cierta 
en esta oscuridad que la distancia pone 
entre tu cuerpo y el mío. 



DESENCUENTRO 

Esquiva como la noche, 
como la mano que te entorpecía, 
como la trémula succión 
insuficiente de la carne; 
esquiva y veloz como la hoja 
ensangrentada de un cuchillo, 
como los filos de la nieve, como el esperma 
que decora el embozo de las sábanas, 
como la congoja de un niño 
que se esconde para llorar. 

Tratas de no saber y sabes 
que ya está todo maniatado, 
allí 
donde pernocta el irascible 
lastre del desamor, sombra 
partida por olvidos, desdenes, 
llave que ya no abre ningún sueño: 

La ausencia se aproxima 
en sentido contrario al de la espera. 



CENIZA SON MIS LABIOS 

En su oscuro principio, desde 
su alucinante estirpe, cifra inicial de Dios, 
alguien, el hombre, espera. 
Turbador sueño yergue 
su noticia opresora ante la nada 
original de la que el ser es hecho, ante 
su herencia de combate, dando vida 
a secretos cegados, 
a recónditos signos que aún callaban 
y pugnan ya desde un recuerdo hondísimo 
para emerger hacia canciones, 
puro dolor atónito de un labio, el elegido 
que en cenizas transforma 
la interior llama viva del humano. 

Quizá solo para luchar acecha, 
permanece dormido o silencioso 
llorando, besando el terso párpado rosa, 
el pecho triste de la muchacha amada; 
quizá solo aguarda combatir 
contra esa mansa lágrima que es letra del amor, 
contra 
aquella luz aniquiladora 
que dentro de él ya duele con su nombre: belleza... 



BARRANQUILLA LA NUIT 

Cuerpo inclemente, circundado 
por un vaho de frutas, desguazándose 
en la tórrida herrumbre 
portuaria, 
¿no eran 
los labios como orquídeas 
mojadas de guarapo, no tenían 
los ojos mandamientos de cocuyos 
y allí se enmarañaban 
la excitación y la indolencia? 

Mórbida efigie de esmeralda 
y musgo, entrechocan sus pechos 
entre la mayestática cochambre 
de la noche. 

Desnuda 
antes que alerta y disponible, 
desnuda nada más, desmemoriada 
sobre un cuero de res, el vientre 
húmedo de salitre y en el cuello 
el amuleto pendular de un dado 
cuyo rigor jamás aboliría 
los tercos mestizajes del azar. 

Rauda la carne y prieta 
como un sesgo de iguana, surca 
los fosos coloniales, deposita 
en las inmediaciones del marasmo 
una aromática cadencia 
a maraca y sudor y marigüana, 
mientras cumple el amor su ciclo 
de putrefacta lozanía 
en el nocturno ritual del trópico. 



APÓCRIFO DE LA ANTOLOGÍA PALATINA 

Súbita boca que hasta mí llegó 
en el lento transcurso de la noche, 
dócil de pronto y de improviso 
rezumante de furia, 
¿quién 
activó su olímpica 
ansiedad, esparciendo 
un delicado zumo de estupor 
entre las ingles de los semidioses? 

Oh derredor opaco 
del recuerdo que suple lo vivido, 
cuando quien esto escribe 
amaba impunemente no en el templo 
de Afrodita en Corinto 
sino en la clandestina alcoba bética 
donde oficiaba de suprema hetaira 
la gran madre de héroes, fugitiva 
del Hades y ayer mismo 
vendida como esclava 
en el impío puerto de Algeciras. 



DEFECTUOSA FORMACIÓN DEL PLURAL 

Cuántos días baldíos 
haciéndome pasar por lo que soy. 

Máscara sin memoria, líbrame 
de parecerme a aquel que me suplanta. 

Uno solo será mi semejante 



ENTRA LA NOCHE COMO UN TRUENO... 

Entra la noche como un trueno 
por los rompientes de la vida, 
recorre salas de hospitales, 
habitaciones de prostíbulos, 
templos, alcobas, celdas, chozas, 
y en los rincones de la boca 
entra también la noche. 

Entra la noche como un bulto 
de mar vacío y de caverna, 
se va esparciendo por los bordes 
del alcohol y del insomnio, 
lame las manos del enfermo 
y el corazón de los cautivos, 
y en la blancura de las páginas 
entra también la noche. 

Entra la noche como un vértigo 
por la ciudad desprevenida, 
rasga las sábanas más tristes, 
repta detrás de los cobardes, 
ciega la cal y los cuchillos 
y en el fragor de las palabras 
entra también la noche. 

Entra la noche como un grito 
por el silencio de los muros, 
propaga espantos y vigilias, 
late en lo hondo de las piedras, 
abre los últimos boquetes 
entre los cuerpos que se aman, 
y en el papel emborronado 
entra también la noche. 



MI PROPIA PROFECÍA ES MI MEMORIA 

Vuelvo a la habitación donde estoy solo 
cada noche, almacén de los días 
caídos ya en su espejo naufragable. 
Allí, entre testimonios maniatados, 
yace inmóvil mi vida: sus papeles 
de tornadizo sueño. La madera, 
el temblor de la lámpara, el cristal 
visionario, los frágiles 
oficios de los muebles, guardan 
bajo sus apariencias el continuo 
regresar de mis años, la espesura 
tenaz de mi memoria, toda 
la confluencia simultánea 
de torrenciales cifras que me inundan. 

Mundo recuperable, lo vivido 
se congrega impregnando las paredes 
donde de nuevo nace lo caduco. 
Reconstruidas ráfagas de historia 
juntan el porvenir que soy. Oh habitaci6n 
a oscuras, súbitamente diáfana 
bajo el fanal del tiempo repetible. 

Suenan rastros de luz allá en la noche. 
Estoy solo y mis manos 
ya denegadas, ya ofrecidas, 
tocan papeles (este amor, aquel 
sueño), olvidadas siluetas, vaticinios 
perdidos. Allí mi vida a golpes 
la memoria me orada cada día. 

Imagen ya de mi exterminio, 
se realiza de nuevo cuanto ha muerto. 
Mi propia profecía es mi memoria: 
mi esperanza de ser lo que ya he sido. 



VIVO ALLÍ DONDE ESTUVE 

Desde un lugar que aprendo 
a recorrer cada mañana, vuelvo 
sobre mis pasos y te espero 
allí donde estoy solo. 

Matinal 
ofertorio del sueño, escribo el nombre 
de tu vida, te vas desentrañando 
entre las hoscas hojas traicionadas 
en la noche. Eres la reclusión 
donde me sacio, el acuciante 
azar en que te tengo 
cada día, amor propiciatorio que reúne 
lo perdido. 

Vivo allí donde estuve, 
junto al mar delirante, libre 
velocidad inmóvil orillada 
de fuego, bosque lustral 
de la alegría. 

¿Qué me queda 
de aquel itinerario, habitaciones 
clandestinas, bautismales refugios 
de única verdad, qué me queda 
detrás del sortilegio? Ser 
feliz un instante y perderte, mientras 
vuelvo sobre mis pasos cada día. 



FÁBULA 

Nunca serás ya el mismo que una vez 
convivió con los dioses. 
Tiempo 
de benévolas puertas entornadas, 
de hospitalarios cuerpos, de excitantes 
travesías fluviales y de fabulaciones. 

Tiempo magnánimo 
compartido también con semidioses 
errabundos y hombres de mar que alardeaban 
del decoro taimado de los héroes. 

Qué ha quedado, oh Ulises, de esta vida. 

La historia es indulgente, merecidas las dádivas. 
Los dioses son ya pocos y penúltimos. 
Justos y pecadores intercambian sus sueños. 



DIOSA DEL PONTO EUXINO 

Su cuerpo está desnudo al borde de un gran atrio 
lacustre, sólo se ven sus piernas 
asomando entre espumas 
repulsivas, se parece a una estatua 
cubierta de criptógamas y a un animal 
exangüe se parece también. 

Las rémoras del frío, los dientes 
del salitre penetran entre sus gangrenados 
senos, y ya emerge, adopta como Telethusa 
actitudes lascivas mientras roen 
su memoria las parcas y se quiebran 
los bizantinos vidrios de sus ojos. 

Olvidada de Ovidio, aguarda absorta 
el dictamen del tiempo, se inocula de gérmenes 
olímpicos, incita a los que acuden 
para verla vivir. 

Todos hurgaron 
ávidamente en las marmóreas grietas 
que iban surcando las estribaciones 
más vulnerables de su cuerpo. Pero 
nadie la pudo profanar sin antes 
haber vendido su alma al Taumaturgo. 



A BATALLAS DE AMOR, CAMPO DE PLUMAS 

Ningún vestigio tan inconsolable 
como el que deja un cuerpo 
entre las sábanas 
y más 
cuando la lasitud de la memoria 
ocupa un espacio mayor 
del que razonablemente le corresponde. 

Linda el amanecer con la almohada 
y algo jadea cerca, acaso un último 
estertor adherido 
a la carne, la otra vez adversaria 
emanación del tedio estacionándose 
entre los utensilios de la noche. 

Despierta, ya es de día, mira 
los restos del naufragio 
bruscamente esparcidos 
en la vidriosa linde del insomnio. 

Sólo es un pacto a veces, una tregua 
ungida de sudor, la extenuante 
reconstrucción del sitio 
donde estuvo asediado el taciturno 
material del deseo. 

Rastros 
hostiles reptan entre un cúmulo 
de trofeos y escorias, amortiguan 
la inerme acometida de los cuerpos. 
A batallas de amor campo de plumas. 



CASA JUNTO AL MAR 

Azulada por el nocturno oleaje, 
entre el ocio lunar y la arena indolente, 
la casa está viviendo, decorada de cenizas votivas, 
hecha clamor de memorables días dichosos 
o palabra más bien, que ahora escribo en la sombra, 
apoyando mi sueño en sus muros de solícitos brazos. 

La casa está en el sur; es lo mismo que un cuerpo 
ardoroso, registro de certeza embriagada, 
donde estuvo mi vida, orillas de un emblema marino, 
resonante de alegres impaciencias 
o de ilusorias lágrimas que otros ojos cegaban. 
Sus ventanas, a veces, están dando a mi nombre, 
porque son todas ellas como bocas que acunan, 
como labios que brillan bajo el furtivo pétalo del cielo, 
aberturas que el mar vuelve sonoras 
y en cuyo fondo habitan verdades como pechos, 
palabras semejantes a manos que se juntan 
o acaso esa tristeza que hay detrás del amor. 
Recuerdo sus paredes, sus puertas de madera entrañable, 
la verídica cal en cuyas lindes 
se estaba congregando toda la luz de aquella casa, 
sin poder ocultar cosa alguna por detrás de sus lienzos, 
sin poder ser distinta a un cristal desnudado, 
a un renglón transparente de tiempo sin edad. 
Recuerdo también sus rincones más hondos y ocultos, 
su razonada disposición de alegría, 
la distribución de sus sueños con afán perdurable. 
Todo allí se contagia de una idéntica vida, 
y es para siempre su estación humana, 
los ciclos de su fe, raíz de cuanto soy, 
de todo lo que ordena mi palabra y sus márgenes: 
las dudas con que erige sus muros la verdad, 
los recuerdos que a veces son lo mismo que llagas, 
el olvido, ese moho que corroe el rostro de la historia, 
lo que está sin remedio convirtiéndose 
en una misma forma de aprender a volver, 
el miedo al desamor por donde sangra el mundo. 

Sí, la casa es un cuerpo: mi corazón la mira, 
la habita mi memoria; sé que está restaurándose 
como la abdicación del mar en las orillas, 
como las germinales herencias del verano, 
y quizá sea posible que esta casa no pueda nunca envejecer, 
no pueda cumplir nunca más tiempo que el de entonces, 
porque sus habitantes son lo mismo que llamas 
sin quemar, frágiles al aliento de la grieta más tenue, 
y ellos están haciendo que las paredes vivan, 
que los peldaños latan como olas, 
que cada habitación respire y reproduzca 
los irrepetibles y anónimos hechos de cada día. 

Casa sin tiempo junto al mar, cumbre 
sonora entre los astros, libre razón con muros, 
criatura en donde acaban mis- fronteras, 
soy menos si me faltas, 
tu paz rige mi vida y la hace humilde, 
55 justifica mi espera tu paciencia, 
bogas, persistes, reinas, como un ave en la noche, 
acaso ya recibas el nombre de José. 



DESDE DONDE ME CIEGO DE VIVIR 

Era una blanda emanación, casi 
una terca oquedad de ternura, 
un tibio vaho humedecido 
con no sé qué tentáculos. 
Abrí 
los ojos, vi de cerca el peligro. 
¡No, no te acerques, adorable 
inmundicia, no podría vivir! 
Pero se apresuraba hacia mi infancia, 
me tendía su furia entre los lienzos 
de la noche enemiga. Y escuché 
la señal, cegué mi vida junta, 
anduve a tientas hasta el cuerpo 
temible y deseado. 
Madre 
mía, ¿me oyes, me has oído 
caer, has visto mi triunfante 
rendición, tú me perdonas? 
La mano 
balbucía allí dentro, rebuscaba 
entre las telas jadeantes, iba 
desprendiendo el delirio, calcinando 
la desnuda razón. 
Agrio desván 
limítrofe, gimientes muebles 
lapidarios bajo el candor malévolo 
del miedo, ¿qué hacer si la memoria 
se saciaba allí mismo, si no había 
otra locura más para vivir? 
Dulce 
naufragio, dulce naufragio, 
nupcial ponzoña pura del amor, 
crédulo azar maldito, ¿dónde 
me hundo, dónde 
me salvo desde aquella noche? 

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